Lilium.
“Puede parecer
quizá por todo esto que he suelto,
sin remedio y con
gran miedo,
que todo lo que he
dicho en cuanto a lo que siento
es efímero como el
tiempo.
Pero no es cierto.
A pesar de mis
locuras y de mi inseguridad,
estoy seguro de que
todos mis “te
quiero” fueron verdaderos,
de que todos mis
abrazos sí fueron sinceros.
El corazón al igual
que bombea sangre,
sin que nadie se lo
mande…”
(Paradoxus Luporum)
La
tormenta sigue,
la
lluvia cae,
el
viento devasta,
los
árboles se quejan,
las
velas se apagan,
en medio
del caos
alguien
baila regocijado,
no soy
yo…
Debo de
reconocer
que
todos empeñamos
por
monedas de plata
una
porción de nuestros ideales,
para
comprar alguna droga
dulce de
besos y sentimientos,
con la
cual colgarnos moribundos
de culpa
y melancolía.
Debo de
confesar
que con
la firme convicción
de no
volver por esos ideales
y fumarnos
nuestra derrota,
traicionamos
al mesías
que
habita en nuestro pecho,
que
bombea nuestra alma
hacia
nuestros labios,
manos y
ojos.
Debo de
admitir
que lo
único que en verdad he querido,
lo único
que honestamente he soñado,
es ser
amado en alguna proporción,
quizá menor,
a la que
lo he hecho.
Debo aceptar...
El ojo
del huracán,
esa
mentira que nos hace pensar
que todo
ha terminado,
es lo
más cercano
a ser
genuinamente feliz
que he
vivido,
reír sin
mayor motivo
que
estar recostado
en mi
cama junto al volátil sueño lila,
equidistante
entre lejanía y cercanía,
que la
luna no se ha apagado
aún
sigue siendo plata que brilla
en la
profunda noche,
se ha
convertido en mi guía…
Ya que
he cruzado la frontera
y no hay
vuelta atrás,
puedo
avanzar en el camino
echando
vistazos
nostálgicos
al sendero recorrido.
Reír y
sonreír,
soltar
lo que dentro de mí
se había
acumulado,
por el
beso en la frente,
que
aterrizó en los párpados,
se
deslizó en la punta de la nariz
para
besar la risa;
ese
fútil intento
por
acariciar un alma.
Debo
reconocer
que el
sentimiento
que me
tiene con vida,
el sueño
que me hace
despertar
día con día,
que mis
palabras me han
amarrado
plácidamente
como
parafilia,
me atan
a la promesa
y
compromiso
de los
sentimientos
que digo
y escribo.
Debo de
confesar
que
también me he traicionado,
en el
momento más desesperante
me he
declarado inocente,
cuando
pesa sobre mí la culpa:
los “te
amo” que no dije por cobarde
y los
que repetía desesperado
para
escuchar eco.
Debo de
admitir
que un
pedacito de pasado,
que
sigue presente
y se
convierte latido a latido
en mi
futuro…
Si me
van a culpar,
yo les
digo que a tanta tormenta
busco mi
refugio,
¿cómo
distinguir la verdad de la mentira
cuando
el verso es desesperado?
Debo aceptar
que no bailo bajo la tormenta,
acepto mi responsabilidad,
acepto mis fallas,
las piezas de plata
hacen eco en el suelo
mientras cuelgo.
Soy Iscariote que extraña
la salvación que nunca obtuvo.
Por: JEF (2015)