miércoles, 18 de junio de 2014

Amor platónico

Un banquete en la República.

En la "República" que planeaba Aristocles Podros quería heredarnos algo mejor dónde vivir y convivir, desde temprano en la historia universal. 
En ese bosquejo idílico, que conjeturaba con particular sagacidad, había espacio para intelectuales, para bravíos, para artesanos y hombres agrícolas. Sin embargo, había un grupo de personas en particular que -cuando menos- debían ser exiliados de esa sociedad paradisíaca, esto por ser considerados infames retores mentirosos, llegaban casi a herejes por hacer uso de una cuasi-virtud pseudo-creadora. Sí, en efecto, hablamos de los poetas.
Estos ruines, que con sus palabras encomian lo divino, adornan lo bello, aspiran a lo trascendental, no son más que farsantes; no entienden de qué va esto de la sociedad política. Quieren, sin duda, usando balas de lírica, asesinar las aspiraciones del sagaz y el astuto, para fundar su imperio de ternura y patetismo.
Quieren luchar contra la posesión diabólica de la seguridad y la superficialidad, yendo más allá de lo inmanente a buscar en los Olimpos ese algo que no saben expresar. 

Osan amar más allá de la carne, pretenden amar más allá del beso. ¡¿Qué saben del amor estos perjuros que nunca han sido amados?!
Descuidan su vida en medio del vino y en su embriaguez comparan con dioses a sus hálitos de locura. No se interesan por ser críticos de la noticia de primera mano, ni por ingresar en el círculo de los iniciados en el conocimiento abstracto de lo incomprensible... ¡¿Qué saben del mundo los que rehusan comprender y sólo admiran?!
¡¿Qué demonios tienen en la cabeza estos animales impíos?!
Pero, hermanos míos, no quiero se alarmen tanto. ¡Aristocles Podros triunfó!
Desde que la mujer desató su ira contra el poeta y buscó no desligarse de la sangre de oro, de plata o bronce... No superar el amor a la sangre en general.
¡Los poetas han muerto!
Por: EBL (2004)

miércoles, 11 de junio de 2014

Cotidiano cuento corto



Estéril

"No, también se las podía uno arreglar sin música de salón y sin el amigo, y era ridículo consumirse en impotentes afanes sociales. Soledad era independencia, yo me la había deseado y la había conseguido al cabo de largos años. Era fría, es cierto, pero también era tranquila, maravillosamente tranquila y grande, como el tranquilo espacio frío en que se mueven las estrellas."
(Hesse, H. 1927)
Era una noche lluviosa, fría y húmeda. Iluminada como cualquier otra, por faros, faros de automóviles y faros de alumbrado público. La lluvia había mermado un poco y se podía ir fuera por un cigarrillo, un placebo de ansiedad, un compañero de melancolía, un homicida romance crónico. De ello se había percatado el profesor, quien también gusta de los cigarrillos y metáforas que los justifiquen.
El profesor era joven, si acaso rondaba los treinta años, su juventud era opacada por una vejez intelectual, de abnegado e inquieto cultivo, era de esas personas que podían leer con fascinación muchas horas y que –entrando en la faceta de adulto– repetían todavía con entusiasmo aquello que habían leído, todavía no estaba adulterado por la rutina, por ello ponía ese vestido de entusiasmo a su añejo pensamiento. Había propuesto un receso –para ir a fumar– luego se había adelantado a encender un cigarrillo de esos que fuman los señores proletarios, en las afueras del lugar (siendo ahora profesor y no estudiante se le prohibía ser “políticamente incorrecto”).
Salí del aula, detrás de su camino, junto a un compañero, uno nuevo en la universidad, de esos que rebosan en entusiasmo, de los que por más que sus temas engendren algo oscuro, su vitalidad los alumbra. Me parecía simpático, me recordaba el entusiasmo que traje los primeros días al mismo lugar.
Llegué con mi compañero a la esquina en la que se fumaba, ahí estaba el profesor con su cigarrillo avanzado, yo encendí el mío, mi compañero también; un par de comentarios después salió una compañera, no conocía su nombre, pero si le había cruzado palabras antes; por esa curiosa simpatía de fumadores, que contrasta con la apatía de la sociedad individualista. Ella era bella, y mucho, para ser franco; de prístina piel blanca, con facciones delicadas y estilizadas, delgada figura y frondoso cuerpo, de cadera y pechos maduros y con esa apariencia descuidada que no lograba disimular sus encantos femeninos.
Ya antes mi compañero había realzado y encomiado su belleza en conversación de camaradería masculina, y en efecto ya había notado antes eso que mencionaba. Sin embargo, mi compañero trascendía su figura y elogiaba la manera en que ella se expresaba, afirmaba que era más inteligente que él y que eso le encantaba. Yo suelo pensar que cuando una chica nos parece bella, celestial o qué se yo; solemos ponerla incluso en intelecto por encima de nuestra mortalidad estética e intelectual.
 Luego de un breve parloteo, en el que ella no participó, volvíamos del receso, otra vez el profesor se nos había adelantado, esta vez para continuar la lección. En el camino de vuelta al aula hablábamos del licor en nuestras jóvenes vidas, yo contaba con descarada transparencia anécdotas de las estupideces que he hecho bajo las influencias del licor, mi compañero complementaba con sus anécdotas, y luego de esas infamias, ella mencionó que no tenía de esas anécdotas, que sí se había embriagado en algún momento, pero que después de ser madre, ya no se podía.
¡¿Eres madre?! –pregunté sin poder contener el asombro.
Sí –contestó con un aire de forzada naturalidad.
No sé qué decir… si un ¡felicidades! O si… La verdad, no sé… No sé qué piensas de ello. No sé –contesté sin poder disimular el nerviosismo de saberme impertinente.
Para mí, ser madre, di, no sé cómo decirlo, es todo, es felicidad, es frustración, pero es algo que me llena…
En ese momento que la sabía no sólo preciosa, sino madre, madre que busca en aulas una forma de seguir entregándose a la compañía de su maternidad; pensaba severamente en mi falta de comprensión sobre los valores que cimientan la sociedad; pensaba del cómo las personas se asocian, se agrupan, se relacionan, se elogian, se mienten, se afirman y niegan; una y otra vez; con naturalidad, con particular esfuerzo, cómo se odian, cómo se aman, cómo se besan, cómo se acarician ya sea con delicada ternura o salvaje lascivia, del entusiasmo de mi compañero, del entusiasmo de mi profesor, sin embargo ¿y mi entusiasmo? ¿Mi dedicación? Pensaba en cómo hacen las personas para relacionarse, y en lo particular, cómo intento participar de ello, sin mayor éxito. Al saber las bellas mujeres fértiles, no necesito comprobar mi esterilidad para saberme estéril.

Por: JEF (2014)