viernes, 12 de febrero de 2016

Un poco más que haiku: otra vuelta a la órbita.

Buen puerto.





(foto tomada de facebook.com)
Sé dónde anclar el andar 
desenfrenado, en una jungla de cemento y agonía, 
llegar cuando la deriva viste mi mar, 
encontrar un poco de vida.  

Por: JEF (2016)

jueves, 4 de febrero de 2016

De una digna señora y milagros.



La Coronilla.




("Mujer inspirada por un soplo divino" fotografía por: David Rodríguez, 2015, https://www.behance.net/gallery/29585909/La-vida-esta-en-otra-parte)

Quiero me entiendan bien. Esto nunca sucedió, no hay forma de corroborar que esto haya sucedido. No es más que el relato real-maravilloso, sobre acontecimientos real-maravillosos, en circunstancias puramente real-maravillosas. No es que corresponda en alguna medida a la Verdad. De por sí ¿quién cree en los milagros?
En momentos de desesperación e incertidumbre le pregunté, ya más con humildad que  otra cosa.
El tema era sencillo, simplemente mi ego me derrotó, humilló, destruyó y escupió en la cara vencida. ¡Ya qué!... La verdad que sostenía no era creída, por más prueba o argumento que sostuviera, ya no había forma de defenderme de los resentimientos que sembré en los demás, recogía su fruto día a día, nada que no me hubiese proveído.
(…)
Le miré fijamente a esos viejos, profundos y sabios ojos oscuros y le dije con la cabeza baja:
– ¿Cómo ha hecho para lidiar con eso? Lo que sucede es que no hay comunicación, no les importa lo que yo diga, sino que se los digo gritando, de muy mala forma y con malas palabras. Entonces, no escuchan el mensaje, sino gritos.
–A mí me han pasado tantas cosas. Nadie se imaginaría. Pero, dios ha sido tan bueno conmigo.
No sabía cómo reaccionar ante eso, usualmente cuando me mencionan la figura de dios, frunzo el ceño y aunque no lo piense simplemente mi cara se vuelve sospecha. Pero entré en conciencia de ello e intenté no desaprobar con la cara. A fin de cuentas, no pedía consejo para agradar a alguien, sino por mera necesidad.
–Yo nunca cuento esas cosas. Sólo a las personas de mi confianza, pero se lo cuento. Por ejemplo, lo que me pasó con mi esposo el otro día. Le cuento –se rebuscó en la mano izquierda el dedo anular– no ando el anillo porque me lo quité para el examen ese del corazón, pero bueno:
Yo le había dicho que me acompañara a la Hora Santa. Él había perdido la paz, no había sido un buen día, por circunstancias de la vida…. Y no quiso acompañarme y yo quería mucho y tenía fe que me acompañara. Al día siguiente, mi esposo se fue con un peón, con la sierra, a cortar un palo del otro lado, en una peña, al frente, del lado hacía allá –hizo un ademán con la mano izquierda hacia el frente– por dónde está la posa.
Asentí, aunque no recordaba en los potreros del Sur-Sur ese fundo en particular –ella continuó.
–El día anterior, me puse a orar, cuando no tengo sueño rezo y oro, a veces oro toda la noche, ni me doy cuenta y ya amanece. Esa noche, mientras oraba sentí una necesidad, algo en el pecho muy fuerte, necesidad de orar por él y me puse a orar a clamar por él. Entonces, al día siguiente, a la hora del desayuno, llegó él con un poco de sangre en el dedo –me enseñó la yema del dedo índice y se la restregaba. Le dije: «Juanito, venga y le pongo alcohol. Él me contestó «no, no, no es nada», yo le dije «venga y le pongo alcohol» y la cuestión es que se lo puse. Y entonces me contó… Eh… no, no, no fue así, luego a la hora del almuerzo, cuando llegó con el peón, se seguía restregando el dedo, seguro, aunque no era nada, le dolía y se veía el dedo. Don Virgilio, bueno el peón, me dijo: « ¿no le contó lo que pasó ?», yo dije «Juanito, ¿qué pasó?», él me dijo: «no, no, nada», le dije que me dijera y Virgilio me contestó «estaba en la peña cortando el palo, con la sierra y la tenía…» –en ese momento me hizo un ademán de la altura del cuello– «… y se le vino, pues se cayó de la peña y yo donde lo vi, di… cuando vaya a ver a Juanito, lo voy a encontrar…» –me hizo ademán de cortarse la cabeza– «…pues decapitado». Y bueno, se cayó y con la sierra a la altura del cuello y encendida y se intentó agarrar del alambre de púas y ahí fue donde se cortó el dedo.
            Mientras me contaba eso, yo hacía cara de dolor por empatía, de ese sonido de fritura en el sartén que nos indica que la cosa “estuvo cerca”. Con cierta duda, por lo improbable y la casualidad de ello, pero notaba que su relato era persuasivo o veraz, sin duda alguna me hizo asentir y hacer muecas de dolor e incredulidad. Ella continuó:
–Es que si le contara todo lo que me ha pasado. Quisiera a veces escribir un libro, pero luego pienso y si alguien me entendiera como la gran cosa… ¡Uy no! –E hizo ademán de escalofrío en los brazos– ¡Con lo poca cosa que soy, lo humilde y campesina!
Entonces la interrumpí y le dije:
–Si quiere, recuerde mi hermana Sutanita y yo escribimos, lo podemos…
Pero, ella me interrumpió la interrupción y continuó:
–El otro día, pues mentí, lo hice para salvar a dos personas, pero lo hice… Y bueno, la cosa es que yo no podía recibir la comunión así, tenía que confesarme. El día anterior estaba orando, cuando uno ora…
Nuevamente la interrumpí y le dije algo que recordé en el instante:
–Por ahí a alguien escuché decir que uno no debe orar para uno mismo, pedir, pues… Sino que uno debe pedir por los demás y agradecer o pedir para uno mismo con relación a los demás…
Me enteré de mi impertinencia con tan mayor y respetable señora y me callé; ella me vio sonriente con ternura y entusiasmo y continuó:
–Es que cuando uno ora, se le concede lo que pide –me aclaró– más bien lo que necesita, no necesariamente lo que uno pide, es que nuestro Santo Padre es así, perfecto y bueno. Y la cosa es que yo nunca pido por mí, porque cuando digo que soy “poca cosa” es porque soy una servidora más, yo pido que me dé de su infinito y misericordioso amor para dar. En medio de las oraciones, estaba orando por el padre José Manuel, yo oro y rezo mucho por los sacerdotes del país y del mundo y se me había olvidado orar por los de la comunidad. Yo lo amo mucho a él y él nos ama… Ese día tenía mucho por lo cual agradecer y yo ofrezco toda una noche entera de oración y rezo –me aclaró o desvarió, es una señora mayor y muy entusiasmada por los Santos Oficios– y rezo el Santo Rosario, La Coronilla…
            En ese momento recordé que mi mamá le solía llamar La Coronilla al rezo de la Divina Misericordia y sin pensar en interrupciones o no, se me salió preguntar:
– ¿La Coronilla es la Divina Misericordia, verdad? A mi papá le encantaba….
            Fue en ese instante cuando la dulce señora me tomó de las manos, habló de mi padre, de su gran vocación de servicio con los más humildes y sencillos y su honestidad, me dijo « como dice la palabra… se te concedió “la Gracia de la honestidad”». Además, me mencionó que mi papá estaba en presencia del Altísimo y que él pedía e intercedía por mí… Recuerdo que ella oró con mis manos en sus maternales, tibias y arrugadas manos y que lloré un poco, pensando en mi padre y cómo hablaba sobre cómo era posible que yo no creyera en milagros si él era uno y lo tenía frente a mis ojos. Pero fue como breve y largo, no recuerdo bien, lo que sucedió fue que al instante cuando reaccioné, no había como pasado ni un segundo y ella continuó:
–Cuando agradezco –en ese momento me aclaró– aunque sean días en los que no quiera agradecer, es que diosito es así, no hay nada malo, todo es para bien, cuando uno ora a uno dios le concede, si le contara… Pues bueno, el asunto es que tuve una… Bueno…En medio de mi oración, vi al padre José Manuel, él vestido con… –no recuerdo el término específico, pero alguna cosa del hábito de sacerdote– de color verde, ¡porque la Santa Iglesia está vestida de verde ahorita! –volvió a desvariar del tema– y es toda una celebración… ¡Porque estamos en el año de la Divina Misericordia! Cuando oro, pido, clamo y ruego, recorro a todas las personas, pido por ellas, también vengo por aquí y oro por ti, en especial por ti. Es que ¡qué entusiasmo! ¡Qué alegría!
            Me quedé perplejo, haciendo un esfuerzo por evitar mi típica expresión petulante al enterarme del entusiasmo con el que habla la digna señora sobre los Santos Oficios, la Santa Iglesia y de la oración, meditación y los rezos. Ella continuaba diciendo:
– En medio de la… La cosa es que me vi a mí misma frente al Sagrado Altar, estaba viendo al padre José Manuel, él me iba a dar la comunión, y yo en mis adentros me decía «Gracias padre, aunque no sea digna, por entrar en mi cuerpo a través de los sacramentos», en ese momento le escuché, es que no sé ni cómo explicarle… La cosa es que seguí rezando la Divina Misericordia y seguí rezando y volví a… – en ese momento desvarió o me aclaró, no sé–  Y me volví a ver frente al Santísimo, ahí en el altar estaba el padre José Manuel, vestido igual, pero así –me hizo ademán de la cabeza como con la mirada perdida e inclinada hacia el lado derecho y con el dedo índice y central posados en silencio sobre los labios–  y ahí fue cuando lo escuché es como una intensidad que se siente en el pecho, más allá que una voz y me decía «Dígale al padre José Manuel que… Hable con el amor de Dios y tendrá sabiduría».
            Yo intentaba por todos mis medios poner atención, no perder interés y ella me preguntó:
–¿Sabe qué es la tintura de hierro?
–No, no sé. Si he escuchado de tinturas, pero nunca de la tintura de hierro en específico ¿qué es? –le pregunté con curiosidad y un poco anonadado.
–Es una cuestión muy oscura que se echa para curar los ombligos de los cerdos y los terneros –me contestó con ese tono de abuelita tierna que porta desde hace muchos años, luego continuó– la cuestión es que –me enseñó su dedo índice completamente normal y se lo tocaba como Juanito en su relato de la motosierra– se me manchó el dedo, la yema del dedo, se me hizo una mancha como cuando uno se maja la uña o por la tintura de hierro. Y yo me la lavaba y me la lavaba. La cosa es que me fui a confesar, porque yo no puedo recibir la clomunión, mucho menos darla si no me confieso. Entonces, le conté al padre pues, todo, lo que había sucedido, que había mentido y prometí no volver a mentir, ¡hice esa promesa en un sacramento! La cosa es que cuando fui más tarde a la hora santa, con las manos sucias y sin lavarme, ni nada, pues vea, ¡la mancha ya no está!, seguro después de confesarme, ni lo había notado, ¡la suciedad de la mentira me había contaminado! ¡Y no le estoy mintiendo, no le puedo mentir!
(…)
Ella continuaba diciendo, con sus manos estrechando las mías…
–Y entonces, en medio de mis oraciones, yo me encontraba allí, frente al altar y estaba el padre Enrique y Él me dijo «…»
            La volví a interrumpir con mi irrespetuosa maña de decir cuánto se me ocurre o viene a la mente al instante… Le pregunté:
– ¿Qué era lo que le dijo que le dijera al padre José Manuel? –ella me contestó:
– Que hable con el amor de Dios y tendrá sabiduría. Es que el padre José Manuel a veces como que habla… puede incomodar a las personas y… La cuestión es que eso es lo que nos pide el Santo Papa Francisco: nos está pidiendo amor. No, no está pidiendo hablar feo u ocultar la verdad, sino hablar con el amor que diosito nos tiene a nosotros.
– ¡Muchas gracias, tía! ¡Un abrazo!...
¿Estigmas psicosomáticos? ¿Los médicos fallando sus diagnósticos y desahucios? ¿Sugestiones psicológicas? ¡¿Milagros?! Pero, ¡¿qué carajos?!
De esa forma, les puedo preguntar con franqueza ¿cree Ústed en los milagros? Yo tampoco…

Por: JEF (2016)