Vacio entre átomos
Es ignorante, pues,
aquel que rehuye
de encontrarse
con otro distinto
que no es sí mismo
en su interior.
Pero ese que aguarda
que es distinto
dentro de sí mismo,
afirma que se hizo
eterno en instante
y se burla de las paradojas
y del trascendente sentir,
habla de inmanencia,
para mofarse
con severa indecencia
de lo que es sagrado
y se encuentra en los cielos,
en cambio, la ve con ojos
de fiera y demencia,
la describe como efímera,
como cuerpo sin carne,
sin idea e infame,
picaresca, salvaje
y llena de violencia,
siempre a merced de la mirada, olfato y con suerte el tacto.
Ora bien que hay un dios
de la ternura y trascendente,
que se encuentra lejos
y nunca está presente.
Quien sigue y adora a ese Dios
que padece,
está y no está,
ocupa un espacio
y la inercia lo arrastra
por el tiempo,
queriendo trascender ambos; pensando que existe
un "eterno devenir",
donde ya otros han vivido su vida
en forma magnífica
y se hicieron uno con el espacio sideral.
Creyendo que en la trascendencia
y en eterno "acecho de lo puro",
dios le hizo
con particular devoción
en carne, hueso y sangre,
y un alma que arde
en eterno devenir,
contradiciendo así
a la forma y a sí,
contradiciendo a la naturaleza
y tonto e inocente cree que
trasciende en aislamiento vil.
Desconociendo así,
el ignorante
que hay un Dios substancia,
un Dios de la lascivia e inmanente;
que es agua y aire,
tierra, fuego y éter.
Que ese dios etéreo
que recorre los cuerpos,
se encuentra por doquier,
se filtra por una rendija
de la pared
e ilumina partículas
de su éter en la vista
infantil y juguetona,
del travieso que perfora
techos para dejarle
entrar a simple vista.
Del curioso niño
que dejó de ser persona
y es animal del bajo vientre.
Es sabio, pues el que adora la
fertilidad y es fecundo,
que sea niño y no pierda esa
capacidad de sorprenderse,
que vea a Dios en trozos de piel
adornados y prepotentes.
Ese dios que no padece
que es el asceta por excelencia,
pero embriagado de placer,
es para algunos el modelo de vida,
la infinita sabiduría,
el llegar a plenitud.
Y es que el ignorante
no es pleno,
pues siempre con esmero
se olvida de vivir,
por perseguir
persistente,
a lo inmortal, formal y trascendente,
sufre y padece de sí.
¡No me salves de mi ignorancia,
esa es mi redención!
¡No me salves de mí mismo,
sálvame cuando deje de ser yo!
Por EBL (2014)
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