("Pierrot lips" fotografía por Lara Jade - 2006 fuente: www.larajade.com ó http://larafairie.deviantart.com/ )
Era de noche y estaba al lado de la casa en la que me crié, en un
pequeño trozo de lote arruinado por los intentos de construcción, vestigios que
solía aprovechar para sentirme cómodo. El césped estaba bastante crecido,
haciéndole aparentar ser un lugar poco agradable para estar; el viento era frío
y soplaba con velocidad acompañando una sutil y vital llovizna, como es de
esperar en días de diciembre aunque, curiosamente, no interrumpía la claridad
del cielo que mostraba pícaras estrellas gobernadas en el medio de la oscuridad
por mi amado astro rebosante en todo su esplendor.
—¡Como me gusta el frío! —me dije en voz alta.
Hurgaba en el bolcillo izquierdo de mi viejo pantalón hasta encontrar una cajetilla de color rojo que dejé en mi mano derecha, mientras me preguntaba de dónde provenía la llovizna si no percibía nube alguna en el firmamento.
Estaba solo, esperando sentir la agradable presencia de mi habitual compañera, que repentinamente me interrogaba llena de curiosidad. Saqué un encendedor y un cigarrillo de la cajetilla, ambos de mala calidad; y comencé a fumar sentado sobre un block de cemento todavía completo, recubierto de una delgada capa de musgo.
Como es de costumbre, estaba esperando que empezara el cuestionario de mi bella compañera, aún ausente, mientras dejaba de fumar y me dedicaba a ver como el aire encendía el cigarrillo y lo quemaba con danzantes emanaciones de humo, dejando a su paso ceniza de tabaco acumulada con gracia sobre mis dedos índice y central, apagada por las diminutas gotas de la garúa. Seguí viendo el fenómeno como por dos minuto hasta que empecé a sentir su presencia acercándose; en ese instante, aparté la mirada del cigarrillo y de ella para poder imaginarla.
Ésta vez era, en mi imaginación, muy delgada, de piel blanca como la nieve, su rostro tenía facciones muy amables que contrastaban con un maquillaje de colores oscuros alrededor de sus ojos. Esos ojos… eran lo más atractivo que poseía su bella figura, tenían una forma extraña, permitía distinguir bien el brillo del interior de su iris café oscura, aunque por el maquillaje aparentaban ser achinados. Su cabello era poblado y de un tono negro azabache que desprendía un brillo del blanco más puro, llegaba hasta sus hombros, era lacio y se acomodaba graciosamente a los costados de sus facciones, del lado izquierdo de su rostro el fleco era más grande y la sombra que despedía dificultaba ver en su totalidad el ojo que recubría, las cejas empezaban pobladas y terminaban desapareciendo en una delgada línea a pocos centímetros del nivel de sus sienes. No percibía imperfección alguna en su cutis y su nariz era poco pronunciada, ni delgada ni gruesa. En definitiva cada vez que venía hacia mí, progresivamente, le notaba más bella.
Saqué del mismo bolcillo del que había extraído antes la cajetilla de cigarros un viejo trozo de papel; lleno de tachones, manchas traslúcidas y dibujos un poco infantiles; y una pluma de mala calidad con poca tinta.
—Intenté recordar el momento de tristeza con el que decidí testar esto, no lo conseguí, se había ido el momento, pero la triste angustia seguía — le dije con una mirada inexpresiva apuntando hacia la acera.
—¿Otra vez te dejaste sorprender por la monotonía? —me preguntó mi compañera.
—Sí, otra vez —le respondí. Veo lo sólido que se han hecho los precarios muros que construí, esperando despertar un día en sus escombros con la sonrisa en mis dientes y no con el maquillaje que recubre mi boca habitualmente, está casi siempre muda de tantas palabras que derrocho con gestos.
—¿Es la soledad de un buen presentimiento la que te hace sentir vacío y solo, rodeado de tanta gente?
—Otra vez, sí —le contesté intentando sostener la mirada perdida, para no echar un vistazo. Recuerdo las veces que me he enamorado del amor, de la luna, de un presentimiento… La he confundido con personas.
—¿Me vas a decir que cada día miras a tu Colombina en rostros que saben disimular muy bien su desinterés, o eso piensas, al menos? —me siguió preguntando—: ¿Hoy has vuelto a sentir la impotencia?
—¡Pues sí! —le dije, mientras hacia un breve arrebato con las manos, sin dejar de mirar hacia la acera. Hoy he visto con impotencia los agónicos momentos de quien no quisiera despedir, aunque no le conociera. Pensando con la mayor filantropía, no fuese capaz de hacer daño a nadie.
—¿Sigues creyendo que no lo hizo? —me preguntó acercándose un poco más, pues se intensificaba su dulce voz.
—Es probable —le contesté tranquilizándome de mi exaltación.
—¿Cómo sabrías que no hizo daño a nadie? —siguió con su interrogatorio.
—Era una inocente criatura, no era un ser humano, ¿qué daño ”mal intencionado” podría causar un animal? —le pregunté a ella. Luego de unos minutos en silencio, decidí cambiar el tema diciendo entre gemidos—: ¡Oh cómo desearía que mis predicciones no fuesen tan verídicas! — el tono cambió por un lamento de impotencia, dije—: Y poder escupirle de vuelta al destino que, sin palabra y pensamiento, me ha hecho ver cómo a nadie le importa lo suficiente mis problemas para decidir remendarlos; ¿si supieran lo fácil que son de arreglar?
—A la gente no le interesan las cosas fáciles —me respondió con su melodiosa voz.
—Por un momento creí que no era cosa tuya responderme —le contesté con un tono un poco más animado.
—Yo sólo te voy a dar respuesta a las preguntas que traten del tema, por el que vengo cada vez que me esperas aquí —me dijo y por más que sus palabras eran despectivas, su voz seguía siendo dulce como la trova—. ¿Crees que vuelva? —me preguntó.
Solté carcajadas ante la pregunta.
—Ya sabes que nunca ha estado, simplemente la he confundido con otras personas —dije entre risas.
—¿En serio? ¿Y con quién la confundiste ésta vez? —me preguntó aún más cerca de mí, pues su voz se sentía a pocos metros de donde estaba.
—Otra vez, vi el sucio espejismo de la eternidad en un segundo de belleza, en el perfume de su aroma, el destello de su orfebrería y en la picardía de sus talentos —le dije sin soltar nombre alguno.
—¿Desde cuándo tienes privacidad alguna conmigo? —me cuestionó con la misma voz hermosa, pero con un tono de incredulidad cínica.
—¿Importa, acaso, el nombre? —le pregunté sin responder a su indagación mientras miraba el papel que sostenía en las manos.
—¡Ya sé quién es! No intentes ocultarme información alguna, ¿te cuesta entenderlo? Conozco todos tus detalles internos de antemano —me dijo altaneramente.
—No entiendo, entonces, ¿por qué la pregunta? Si has demostrado antes tener total sincronía con mis pensamientos —le dije con la voz, de nuevo, entristecida.
—Me gusta jugar contigo y tus “buenos presentimientos”, querido caballero —me respondió con tono burlesco. Después de una pausa en la que encendí otro cigarrillo, se me acercó fantasmagóricamente y me susurró al oído—. Ella no existe, deja de buscarla, no seas testarudo.
—¡Con un demonio! ¡¿Dónde estás?! —vociferé poniéndome en pié y, luego con la voz quebrantada por dos lágrimas cristalinas, dije—: ¿Es a caso, que no te he podido arrancar de las manos del niño que llevo por dentro? O, quizás, simplemente es la condición con la que nacemos, esa de esperar saciarnos algún día, con lo que no tenemos. —Luego me senté en el block de nuevo. Solté la cínica carcajada y dije con voz demente—: Como si mi banquete llegara. Otra vez deliré imaginando óleos con las preciosas estrellas que guían su propio camino, no el mío. ¿Y la mía? Mi estrella, mi guía, ¿existirá?
Después del arrebato apasionado producido por sentimientos repentinos y tempestuosos, mi compañera se me acercó por la espalda, se inclinó y me abrazó recostando su cabeza en mi hombro derecho. Luego de un breve momento en silencio interrumpido por gimoteos, me dijo con su amable voz:
—¿A caso no entienden que cada vez que ríen en su felicidad, erotismo y correspondencia; lloras? Desearía que este mundo no estuviera en sentido contrario al que tú creaste.
—¿Será acaso que la sonrisa pintada alrededor de mi boca, esa que no se ha borrado por las lágrimas, les dará risa o será que casi nunca río? —le pregunté sollozando.
—No lo sé, Pierrot, no lo sé —me repitió al oído.
—Espero, por lo menos, que les agrade… de por sí, ya estoy acostumbrado a llorar bajo sus alegrías con envidia y a reír las escasas tristezas de ellos con egoísmo o esperanza.
Esa noche pintaba igual a como la había encontrado: fría y con una llovizna tenue. El viento hacía que la maleza, alrededor del lote baldío, silbara. La esplendida luna llena resplandecía como si tuviera brillo propio, iluminando los dos cuerpos que se encontraban en medio del lote arruinado, en penumbras.
En ese entonces, decidí girar mi cabeza hacia ella y abrir los ojos esperando encontrar a esa delicada y bella mujer que me abrazaba… quería hallar el brillo de los ojos cafés que imaginé. De repente, al voltear mi cabeza y cuerpo hacia ella, sentí su respiración incitándome a que abriera mis ojos y su aliento esperando un beso. Contuve toda la emoción y agitación de mi corazón dejando que los párpados cedieran, dándome cuenta que no había nadie. Mi querida amiga Soledad no tenía presencia, nunca estuvo a mi lado.
Temía tanto el darme cuenta que mi más íntima tristeza siempre venía acompañada de la soledad, tanto así que la imaginaba personificada, y no le volvía a ver para no caer en la cruda realidad, era una voluntaria y bella esquizofrenia. La suponía con la figura más bella que recordaba del día en la abarrotada avenida, donde presentaba mi función de mimo. Me levanté, con el maquillaje de la cara totalmente desfigurado por las lágrimas y vociferé por última vez:
—¡Otra vez he caído preso por la superstición, maltrecho al lado de un camino plagado de vidas sonrientes! ¡Apostando, en contra del azar, las últimas monedas con las que nací!
¡Mírenme, soy yo, Pierrot; su payaso favorito! Rían pues estoy llorando. ¡Cada vez que se dibuja una sonrisa en sus rostros, entre gemidos llenos de pasión; es una lágrima que derramo entre sollozos! —Extendí el papel que llevaba en las manos y lo puse delicadamente sobre el pasto crecido. Hurgué en mi bolcillo derecho, saqué la navaja que llevaba, la desenvainé y me marché.
Esa fue la última noche que estuve con la enviada de la luna a la que llamaba “Mi compañera Soledad”. A la luz de la luna con tinta un poco diluida por la llovizna brilló el poema que llevaba en el bolcillo izquierdo junto con los cigarrillos, decía así:
“Querida muerte
¿Hay un mundo más lindo
en algún lado
que no he visitado
por ser tan tímido,
o estar aterrado?
¿Cuántos sueños
no se han concretado
de niños, que sus dueños
han enterrado?
¿Hay algún perfume
en los deberes
que en sus placeres
nunca estuve,
pues me hieren?
¿Hay, acaso, amaneceres
que no sean fríos sin mujeres?
¿Cuántos ríos
han quedado
que la soledad
no ha contaminado?
El caudal de mi corazón
ha terminado
sin alguna razón
de latir desenfrenado
Ésta sobriedad
borracha me ha penetrado
y la oscuridad
de la razón he encontrado.
No soy más que un payaso
sin gracia, sepultado
con una lápida a pedazos;
por ustedes enterrado
imaginando el cielo
ya tapado
por el triste sepelio
del destino,
en el cementerio
de la soledad”
—¡Como me gusta el frío! —me dije en voz alta.
Hurgaba en el bolcillo izquierdo de mi viejo pantalón hasta encontrar una cajetilla de color rojo que dejé en mi mano derecha, mientras me preguntaba de dónde provenía la llovizna si no percibía nube alguna en el firmamento.
Estaba solo, esperando sentir la agradable presencia de mi habitual compañera, que repentinamente me interrogaba llena de curiosidad. Saqué un encendedor y un cigarrillo de la cajetilla, ambos de mala calidad; y comencé a fumar sentado sobre un block de cemento todavía completo, recubierto de una delgada capa de musgo.
Como es de costumbre, estaba esperando que empezara el cuestionario de mi bella compañera, aún ausente, mientras dejaba de fumar y me dedicaba a ver como el aire encendía el cigarrillo y lo quemaba con danzantes emanaciones de humo, dejando a su paso ceniza de tabaco acumulada con gracia sobre mis dedos índice y central, apagada por las diminutas gotas de la garúa. Seguí viendo el fenómeno como por dos minuto hasta que empecé a sentir su presencia acercándose; en ese instante, aparté la mirada del cigarrillo y de ella para poder imaginarla.
Ésta vez era, en mi imaginación, muy delgada, de piel blanca como la nieve, su rostro tenía facciones muy amables que contrastaban con un maquillaje de colores oscuros alrededor de sus ojos. Esos ojos… eran lo más atractivo que poseía su bella figura, tenían una forma extraña, permitía distinguir bien el brillo del interior de su iris café oscura, aunque por el maquillaje aparentaban ser achinados. Su cabello era poblado y de un tono negro azabache que desprendía un brillo del blanco más puro, llegaba hasta sus hombros, era lacio y se acomodaba graciosamente a los costados de sus facciones, del lado izquierdo de su rostro el fleco era más grande y la sombra que despedía dificultaba ver en su totalidad el ojo que recubría, las cejas empezaban pobladas y terminaban desapareciendo en una delgada línea a pocos centímetros del nivel de sus sienes. No percibía imperfección alguna en su cutis y su nariz era poco pronunciada, ni delgada ni gruesa. En definitiva cada vez que venía hacia mí, progresivamente, le notaba más bella.
Saqué del mismo bolcillo del que había extraído antes la cajetilla de cigarros un viejo trozo de papel; lleno de tachones, manchas traslúcidas y dibujos un poco infantiles; y una pluma de mala calidad con poca tinta.
—Intenté recordar el momento de tristeza con el que decidí testar esto, no lo conseguí, se había ido el momento, pero la triste angustia seguía — le dije con una mirada inexpresiva apuntando hacia la acera.
—¿Otra vez te dejaste sorprender por la monotonía? —me preguntó mi compañera.
—Sí, otra vez —le respondí. Veo lo sólido que se han hecho los precarios muros que construí, esperando despertar un día en sus escombros con la sonrisa en mis dientes y no con el maquillaje que recubre mi boca habitualmente, está casi siempre muda de tantas palabras que derrocho con gestos.
—¿Es la soledad de un buen presentimiento la que te hace sentir vacío y solo, rodeado de tanta gente?
—Otra vez, sí —le contesté intentando sostener la mirada perdida, para no echar un vistazo. Recuerdo las veces que me he enamorado del amor, de la luna, de un presentimiento… La he confundido con personas.
—¿Me vas a decir que cada día miras a tu Colombina en rostros que saben disimular muy bien su desinterés, o eso piensas, al menos? —me siguió preguntando—: ¿Hoy has vuelto a sentir la impotencia?
—¡Pues sí! —le dije, mientras hacia un breve arrebato con las manos, sin dejar de mirar hacia la acera. Hoy he visto con impotencia los agónicos momentos de quien no quisiera despedir, aunque no le conociera. Pensando con la mayor filantropía, no fuese capaz de hacer daño a nadie.
—¿Sigues creyendo que no lo hizo? —me preguntó acercándose un poco más, pues se intensificaba su dulce voz.
—Es probable —le contesté tranquilizándome de mi exaltación.
—¿Cómo sabrías que no hizo daño a nadie? —siguió con su interrogatorio.
—Era una inocente criatura, no era un ser humano, ¿qué daño ”mal intencionado” podría causar un animal? —le pregunté a ella. Luego de unos minutos en silencio, decidí cambiar el tema diciendo entre gemidos—: ¡Oh cómo desearía que mis predicciones no fuesen tan verídicas! — el tono cambió por un lamento de impotencia, dije—: Y poder escupirle de vuelta al destino que, sin palabra y pensamiento, me ha hecho ver cómo a nadie le importa lo suficiente mis problemas para decidir remendarlos; ¿si supieran lo fácil que son de arreglar?
—A la gente no le interesan las cosas fáciles —me respondió con su melodiosa voz.
—Por un momento creí que no era cosa tuya responderme —le contesté con un tono un poco más animado.
—Yo sólo te voy a dar respuesta a las preguntas que traten del tema, por el que vengo cada vez que me esperas aquí —me dijo y por más que sus palabras eran despectivas, su voz seguía siendo dulce como la trova—. ¿Crees que vuelva? —me preguntó.
Solté carcajadas ante la pregunta.
—Ya sabes que nunca ha estado, simplemente la he confundido con otras personas —dije entre risas.
—¿En serio? ¿Y con quién la confundiste ésta vez? —me preguntó aún más cerca de mí, pues su voz se sentía a pocos metros de donde estaba.
—Otra vez, vi el sucio espejismo de la eternidad en un segundo de belleza, en el perfume de su aroma, el destello de su orfebrería y en la picardía de sus talentos —le dije sin soltar nombre alguno.
—¿Desde cuándo tienes privacidad alguna conmigo? —me cuestionó con la misma voz hermosa, pero con un tono de incredulidad cínica.
—¿Importa, acaso, el nombre? —le pregunté sin responder a su indagación mientras miraba el papel que sostenía en las manos.
—¡Ya sé quién es! No intentes ocultarme información alguna, ¿te cuesta entenderlo? Conozco todos tus detalles internos de antemano —me dijo altaneramente.
—No entiendo, entonces, ¿por qué la pregunta? Si has demostrado antes tener total sincronía con mis pensamientos —le dije con la voz, de nuevo, entristecida.
—Me gusta jugar contigo y tus “buenos presentimientos”, querido caballero —me respondió con tono burlesco. Después de una pausa en la que encendí otro cigarrillo, se me acercó fantasmagóricamente y me susurró al oído—. Ella no existe, deja de buscarla, no seas testarudo.
—¡Con un demonio! ¡¿Dónde estás?! —vociferé poniéndome en pié y, luego con la voz quebrantada por dos lágrimas cristalinas, dije—: ¿Es a caso, que no te he podido arrancar de las manos del niño que llevo por dentro? O, quizás, simplemente es la condición con la que nacemos, esa de esperar saciarnos algún día, con lo que no tenemos. —Luego me senté en el block de nuevo. Solté la cínica carcajada y dije con voz demente—: Como si mi banquete llegara. Otra vez deliré imaginando óleos con las preciosas estrellas que guían su propio camino, no el mío. ¿Y la mía? Mi estrella, mi guía, ¿existirá?
Después del arrebato apasionado producido por sentimientos repentinos y tempestuosos, mi compañera se me acercó por la espalda, se inclinó y me abrazó recostando su cabeza en mi hombro derecho. Luego de un breve momento en silencio interrumpido por gimoteos, me dijo con su amable voz:
—¿A caso no entienden que cada vez que ríen en su felicidad, erotismo y correspondencia; lloras? Desearía que este mundo no estuviera en sentido contrario al que tú creaste.
—¿Será acaso que la sonrisa pintada alrededor de mi boca, esa que no se ha borrado por las lágrimas, les dará risa o será que casi nunca río? —le pregunté sollozando.
—No lo sé, Pierrot, no lo sé —me repitió al oído.
—Espero, por lo menos, que les agrade… de por sí, ya estoy acostumbrado a llorar bajo sus alegrías con envidia y a reír las escasas tristezas de ellos con egoísmo o esperanza.
Esa noche pintaba igual a como la había encontrado: fría y con una llovizna tenue. El viento hacía que la maleza, alrededor del lote baldío, silbara. La esplendida luna llena resplandecía como si tuviera brillo propio, iluminando los dos cuerpos que se encontraban en medio del lote arruinado, en penumbras.
En ese entonces, decidí girar mi cabeza hacia ella y abrir los ojos esperando encontrar a esa delicada y bella mujer que me abrazaba… quería hallar el brillo de los ojos cafés que imaginé. De repente, al voltear mi cabeza y cuerpo hacia ella, sentí su respiración incitándome a que abriera mis ojos y su aliento esperando un beso. Contuve toda la emoción y agitación de mi corazón dejando que los párpados cedieran, dándome cuenta que no había nadie. Mi querida amiga Soledad no tenía presencia, nunca estuvo a mi lado.
Temía tanto el darme cuenta que mi más íntima tristeza siempre venía acompañada de la soledad, tanto así que la imaginaba personificada, y no le volvía a ver para no caer en la cruda realidad, era una voluntaria y bella esquizofrenia. La suponía con la figura más bella que recordaba del día en la abarrotada avenida, donde presentaba mi función de mimo. Me levanté, con el maquillaje de la cara totalmente desfigurado por las lágrimas y vociferé por última vez:
—¡Otra vez he caído preso por la superstición, maltrecho al lado de un camino plagado de vidas sonrientes! ¡Apostando, en contra del azar, las últimas monedas con las que nací!
¡Mírenme, soy yo, Pierrot; su payaso favorito! Rían pues estoy llorando. ¡Cada vez que se dibuja una sonrisa en sus rostros, entre gemidos llenos de pasión; es una lágrima que derramo entre sollozos! —Extendí el papel que llevaba en las manos y lo puse delicadamente sobre el pasto crecido. Hurgué en mi bolcillo derecho, saqué la navaja que llevaba, la desenvainé y me marché.
Esa fue la última noche que estuve con la enviada de la luna a la que llamaba “Mi compañera Soledad”. A la luz de la luna con tinta un poco diluida por la llovizna brilló el poema que llevaba en el bolcillo izquierdo junto con los cigarrillos, decía así:
“Querida muerte
¿Hay un mundo más lindo
en algún lado
que no he visitado
por ser tan tímido,
o estar aterrado?
¿Cuántos sueños
no se han concretado
de niños, que sus dueños
han enterrado?
¿Hay algún perfume
en los deberes
que en sus placeres
nunca estuve,
pues me hieren?
¿Hay, acaso, amaneceres
que no sean fríos sin mujeres?
¿Cuántos ríos
han quedado
que la soledad
no ha contaminado?
El caudal de mi corazón
ha terminado
sin alguna razón
de latir desenfrenado
Ésta sobriedad
borracha me ha penetrado
y la oscuridad
de la razón he encontrado.
No soy más que un payaso
sin gracia, sepultado
con una lápida a pedazos;
por ustedes enterrado
imaginando el cielo
ya tapado
por el triste sepelio
del destino,
en el cementerio
de la soledad”
Por: EBL (2009)
No hay comentarios:
Publicar un comentario