¡Necesito una mujer inversa!
Debe de entenderse bien lo que digo. Ya que las palabras que encabezan pueden llamar a equívocos, como lo podría ser una “ofensa de género” –ahora que está de moda el discurso y la verborrea sobre equidad.
Primero, parto de la malaventurada costumbre de la falsa generalización. Ello es que suelo observar a las personas – sí, lo dije bien, observar, yo no los veo– y de ellas sonsaco patrones de conducta. Son pues “patrones de conducta”. “Patrones” porque son irremediablemente repetitivos, y “de conducta” porque son de las muestras externas y maquilladas de la personalidad de la gente (el párrafo fue redactado de esa manera cacofónica y redundante adrede).
La indumentaria, los círculos sociales de los que se rodean, sus temas de conversación, su entonación, el “lenguaje gestual”, los lugares que frecuentan y por lo demás, productos que consumen y exhiben... Ello parece ser que dice más de esa persona de lo que ella misma me diría si la inquiriera, incluso más de lo que esa persona podría conocerse a sí –como apuntaba Emil Sinclair al imitar a Max Demian.
Es una generalización, y –como toda generalización en términos sociales– suele ser particularmente falaz, a mis yerros bien me ha llevado. Pero no así porque no reconozca las excepciones como ciertas (o, al menos, posibles); sino porque siempre hay una matriz común para los pensamientos y gestos (retomo a los personajes de Hesse); el problema –como bien detectaba Kundera con su homo sentimentalis– es que en cuestiones sentimentales, cada uno de nosotros es tan individuo, como la individualidad que de la etimología emana.
Los gestos y los pensamientos se repiten, parecen conformar parte del caudal de la humanidad, de su edificación e historia; pero los sentimientos… ¡Nadie siente los mismo con la misma intensidad, momento y lugar que otro! Somos sentimentalmente únicos, valiosos, inigualables e irrepetibles.
El asunto es que las mujeres en esas generalizaciones de patrones de conducta, que se repiten a lo largo de los gestos y por demás… Coinciden en algo, no están dispuestas a perdonar “nimiedades”, como la inseguridad, la sinceridad descuidada, la coherencia en el trato y pretensión desde el primer momento.
Es obvio que para un tipo inseguro, coherente en el trato y en la pretensión con una chica, para un tipo sincero más allá de la hipócrita diplomacia cotidiana; pues esas cosas resultan “nimiedades”, ello porque suelen partir de una base común de buenas intensiones (sensibilidad, preocupación sincera y ternura), que no necesariamente tienen una finalidad lasciva. Pero para una chica, esas “nimiedades” resultan un pecado mortal; algo imperdonable que estigmatiza ante sus ojos y de por vida al pobre diablo que las porta.
Sin embargo, a más de una se le ha hecho imposible castigar muestras de violencia de cualquier tipo, como una infidelidad, romper un “círculo de la violencia” en lo físico, etc. Parece ser que el flagelo de las conductas abusivas e impositivas del “macho alfa” (ginófobo), les produce mayor placer que la sensibilidad, preocupación y ternura del “macho beta” (aedo).
Yo requiero una mujer que perdone mis “nimiedades” y que castigue irremisiblemente alguna conducta deplorable de ginófobo que se me pueda escapar ¡Quiero, pues, una mujer inversa!
Debe de entenderse bien lo que digo. Ya que las palabras que encabezan pueden llamar a equívocos, como lo podría ser una “ofensa de género” –ahora que está de moda el discurso y la verborrea sobre equidad.
Primero, parto de la malaventurada costumbre de la falsa generalización. Ello es que suelo observar a las personas – sí, lo dije bien, observar, yo no los veo– y de ellas sonsaco patrones de conducta. Son pues “patrones de conducta”. “Patrones” porque son irremediablemente repetitivos, y “de conducta” porque son de las muestras externas y maquilladas de la personalidad de la gente (el párrafo fue redactado de esa manera cacofónica y redundante adrede).
La indumentaria, los círculos sociales de los que se rodean, sus temas de conversación, su entonación, el “lenguaje gestual”, los lugares que frecuentan y por lo demás, productos que consumen y exhiben... Ello parece ser que dice más de esa persona de lo que ella misma me diría si la inquiriera, incluso más de lo que esa persona podría conocerse a sí –como apuntaba Emil Sinclair al imitar a Max Demian.
Es una generalización, y –como toda generalización en términos sociales– suele ser particularmente falaz, a mis yerros bien me ha llevado. Pero no así porque no reconozca las excepciones como ciertas (o, al menos, posibles); sino porque siempre hay una matriz común para los pensamientos y gestos (retomo a los personajes de Hesse); el problema –como bien detectaba Kundera con su homo sentimentalis– es que en cuestiones sentimentales, cada uno de nosotros es tan individuo, como la individualidad que de la etimología emana.
Los gestos y los pensamientos se repiten, parecen conformar parte del caudal de la humanidad, de su edificación e historia; pero los sentimientos… ¡Nadie siente los mismo con la misma intensidad, momento y lugar que otro! Somos sentimentalmente únicos, valiosos, inigualables e irrepetibles.
El asunto es que las mujeres en esas generalizaciones de patrones de conducta, que se repiten a lo largo de los gestos y por demás… Coinciden en algo, no están dispuestas a perdonar “nimiedades”, como la inseguridad, la sinceridad descuidada, la coherencia en el trato y pretensión desde el primer momento.
Es obvio que para un tipo inseguro, coherente en el trato y en la pretensión con una chica, para un tipo sincero más allá de la hipócrita diplomacia cotidiana; pues esas cosas resultan “nimiedades”, ello porque suelen partir de una base común de buenas intensiones (sensibilidad, preocupación sincera y ternura), que no necesariamente tienen una finalidad lasciva. Pero para una chica, esas “nimiedades” resultan un pecado mortal; algo imperdonable que estigmatiza ante sus ojos y de por vida al pobre diablo que las porta.
Sin embargo, a más de una se le ha hecho imposible castigar muestras de violencia de cualquier tipo, como una infidelidad, romper un “círculo de la violencia” en lo físico, etc. Parece ser que el flagelo de las conductas abusivas e impositivas del “macho alfa” (ginófobo), les produce mayor placer que la sensibilidad, preocupación y ternura del “macho beta” (aedo).
Yo requiero una mujer que perdone mis “nimiedades” y que castigue irremisiblemente alguna conducta deplorable de ginófobo que se me pueda escapar ¡Quiero, pues, una mujer inversa!
Por: JEF (2014)