Estéril
"No, también se las podía uno arreglar sin música de salón y sin el amigo, y era ridículo consumirse en impotentes afanes sociales. Soledad era independencia, yo me la había deseado y la había conseguido al cabo de largos años. Era fría, es cierto, pero también era tranquila, maravillosamente tranquila y grande, como el tranquilo espacio frío en que se mueven las estrellas."
(Hesse, H. 1927)
Era
una noche lluviosa, fría y húmeda. Iluminada como cualquier otra, por faros,
faros de automóviles y faros de alumbrado público. La lluvia había mermado un
poco y se podía ir fuera por un cigarrillo, un placebo de ansiedad, un
compañero de melancolía, un homicida romance crónico. De ello se había
percatado el profesor, quien también gusta de los cigarrillos y metáforas que
los justifiquen.
El
profesor era joven, si acaso rondaba los treinta años, su juventud era opacada
por una vejez intelectual, de abnegado e inquieto cultivo, era de esas personas
que podían leer con fascinación muchas horas y que –entrando en la faceta de
adulto– repetían todavía con entusiasmo aquello que habían leído, todavía no
estaba adulterado por la rutina, por ello ponía ese vestido de entusiasmo a su
añejo pensamiento. Había propuesto un receso –para ir a fumar– luego se había
adelantado a encender un cigarrillo de esos que fuman los señores proletarios,
en las afueras del lugar (siendo ahora profesor y no estudiante se le prohibía
ser “políticamente incorrecto”).
Salí
del aula, detrás de su camino, junto a un compañero, uno nuevo en la
universidad, de esos que rebosan en entusiasmo, de los que por más que sus
temas engendren algo oscuro, su vitalidad los alumbra. Me parecía simpático, me
recordaba el entusiasmo que traje los primeros días al mismo lugar.
Llegué
con mi compañero a la esquina en la que se fumaba, ahí estaba el profesor con
su cigarrillo avanzado, yo encendí el mío, mi compañero también; un par de
comentarios después salió una compañera, no conocía su nombre, pero si le había
cruzado palabras antes; por esa curiosa simpatía de fumadores, que contrasta
con la apatía de la sociedad individualista. Ella era bella, y mucho, para ser
franco; de prístina piel blanca, con facciones delicadas y estilizadas, delgada
figura y frondoso cuerpo, de cadera y pechos maduros y con esa apariencia
descuidada que no lograba disimular sus encantos femeninos.
Ya
antes mi compañero había realzado y encomiado su belleza en conversación de
camaradería masculina, y en efecto ya había notado antes eso que mencionaba.
Sin embargo, mi compañero trascendía su figura y elogiaba la manera en que ella
se expresaba, afirmaba que era más inteligente que él y que eso le encantaba.
Yo suelo pensar que cuando una chica nos parece bella, celestial o qué se yo;
solemos ponerla incluso en intelecto por encima de nuestra mortalidad estética
e intelectual.
Luego de un breve parloteo, en el que ella no
participó, volvíamos del receso, otra vez el profesor se nos había adelantado,
esta vez para continuar la lección. En el camino de vuelta al aula hablábamos
del licor en nuestras jóvenes vidas, yo contaba con descarada transparencia
anécdotas de las estupideces que he hecho bajo las influencias del licor, mi
compañero complementaba con sus anécdotas, y luego de esas infamias, ella
mencionó que no tenía de esas anécdotas, que sí se había embriagado en algún
momento, pero que después de ser madre, ya no se podía.
–¡¿Eres madre?! –pregunté sin poder contener
el asombro.
–Sí –contestó con un aire de forzada
naturalidad.
–No sé qué decir… si un ¡felicidades! O
si… La verdad, no sé… No sé qué piensas de ello. No sé –contesté sin poder
disimular el nerviosismo de saberme impertinente.
–Para mí, ser madre, di, no sé cómo
decirlo, es todo, es felicidad, es frustración, pero es algo que me llena…
En
ese momento que la sabía no sólo preciosa, sino madre, madre que busca en aulas
una forma de seguir entregándose a la compañía de su maternidad; pensaba
severamente en mi falta de comprensión sobre los valores que cimientan la
sociedad; pensaba del cómo las personas se asocian, se agrupan, se relacionan,
se elogian, se mienten, se afirman y niegan; una y otra vez; con naturalidad,
con particular esfuerzo, cómo se odian, cómo se aman, cómo se besan, cómo se
acarician ya sea con delicada ternura o salvaje lascivia, del entusiasmo de mi
compañero, del entusiasmo de mi profesor, sin embargo ¿y mi entusiasmo? ¿Mi
dedicación? Pensaba en cómo hacen las personas para relacionarse, y en lo
particular, cómo intento participar de ello, sin mayor éxito. Al saber las
bellas mujeres fértiles, no necesito comprobar mi esterilidad para saberme
estéril.
Por: JEF (2014)
“No pretendas que las cosas cambien si siempre haces lo mismo”.- Albert Einstein
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