domingo, 20 de septiembre de 2015

Cuando claudicar no es opción.



Plegaria.

—Si alguien ama a una flor de la que sólo existe un ejemplar en millones y millones de estrellas, basta que las mire para ser dichoso. Puede decir satisfecho: "Mi flor está allí, en alguna parte..." ¡Pero si el cordero se la come, para él es como si de pronto todas las estrellas se apagaran! ¡Y esto no es importante!
No pudo decir más y estalló bruscamente en sollozos.”
(Antoine de Saint-Exupéry)


When I look at the stars they shine of your eyes.
The sky it burns bright with your presence tonight.
'Cause you're so above me and I cannot fly.
(Rufio)





Hoy volví a elevar una plegaria,
después de maldecir
el día cuando perdí la fe.

Hoy te volví a extraviar,
te marchaste tomada de una bandada de pájaros,
incluso cuando entre tus brazos
me he encontrado a mí mismo,
perderte el rastro me suele suceder.

Hoy te he vuelto a ver sobre mí,
con tu luminiscencia en el cielo,
aunque querás apagar tu brillar
sigues ahí…
…aunque lejos del lugar en que nací, sigues ahí.

Hoy volví a elevar una plegaria
pidiendo a dios que esté con vos
y si es necesario:
se olvide de mí.

Hoy quisiera que no fuese hoy,
hoy quisiera que fuese el día en que volvás,
guiada por una bandada de plegarias.

Por: JEF (fecha de la publicación).

jueves, 14 de mayo de 2015

Caja de Pandora



("Arlecchino e Colombina"-1750 de Giovanni Domenico Ferretti)

"Sin la esperanza de un dolor aun mayor, no podría soportar éste de ahora, aunque fuese infinito".
E. M. Cioran.

Oigo el sonido del dolor
en la tonada lúgubre
que es el palpitar a palpitar,
en la inercia de cada paso,
en las lágrimas que lloré
y las que aún guardo.

Sostengo en mi pecho
esta caja mecánica,
adornada con cedas
de púrpura majestad,
terciopelo terso
como piel sonrosada,
incrustaciones: destellos dorados
de cabellos castaños
y ágatas sardónicas,
profundas y angélicales,
como sendero nostálgico
hacia la nada.

Un marionetero transe
deslizó sus hilos
de adicción al pasado,
para manipular
mis inertes dedos
y dar cuerda a la fatal palanca.
Desataron el mecanismo
que virtió la sangrienta tinta
bombeada de mi corazón
hacia este lienzo lírico.

En el centro de esta caja musical,
la ballerina de mi vida,
vestida de lila natalicio,
elegante y protagonista,
danzando al son
de la melancólica melodía
que destruye mi alma.
Por: JEF (2015)

viernes, 6 de marzo de 2015

Un día

Noventa y ocho días
"I've been writing you a letter in my head for months with no reply.
When did your interest in me die?
"
(Levesque, Teves, Pasquale, Pereira y Reilly)

 Era una tarde de setiembre u octubre del año pasado. El clima era presagio, el sol se vislumbraba, pero el frío y la humedad abrumaba. Eran días de matices contradictorios: sol y frío, juventud y nostalgia, comedia y tragedia.

 En el espacio que recorre entre la Facultad de Estudios Generales y la Facultad de Educación se encuentra un área verde que disfrutan los estudiantes aplicados, los drogadictos de alta alcurnia y las parejas embelesadas.

 Una de esas parejas llegó y el lugar estaba disponible, con pocas personas, justo para una dosis moderada de desinhibición. Ella era una chica radiante, verdaderamente preciosa, de estilizada silueta y encantadora delicadeza; él un muchacho sin mayores atributos. Él la miraba con los ojos brillosos llenos de alegría, la tocaba con delicadeza, como quien quiere percibir el terciopelo de un pétalo; la escuchaba como quien escucha Nocturno Opus número dos de Chopin. “¡Oh, si al menos hablara más!”, se preguntaba el muchacho.

 Ella no llevaba un vestido -de esos que lo enamoraban cada vez más- llevaba ropa cómoda, una camisa de tela ligera rojiza con diminutos lunares blancos, un pantalón de mezclilla celeste y zapatos cómodos cerrados. Pero a él eso no le inmutó, era como si lo llevase, hizo el mismo efecto.

 Se recostaron bajo un árbol altivo, él la apretaba contra su cuerpo, tomaba y estrechaba sus manos, pretendiendo cuidarlas del frío. Se besaban, apasionadamente, de esa forma única que tienen los universitarios: más experiencia que la adolescencia, pero con el ímpetu que no tienen los besos añejos de adultos. Unos besos con lascivia impúdica, otros besos con ternura sublime, pero, sin duda, besos llenos de amor (al menos eso creía él).

 Pasado un largo rato en el que se mofaban o preocupaban, entre besos, de los deberes y compromisos que posponían e incumplían en ese lugar. Conversaron, como conversan las parejas condenadas:

— Cumplo años el seis de marzo, para mí eso casi nunca significa nada, más bien suelen ser días pésimos, mi familia me suele hacer una comida sencillita, mis amigos suelen tomarse el tiempo de celebrármelo, y yo agradezco ambos gestos, pero, cuando uno es pobre, le pierde la gracia a los cumpleaños, de niño nunca llenaron las expectativas, pero ahora... ¡tengo todos los regalos de cumpleaños de mi vida por adelantado! ¡Sos vos! — Le dijo entusiasmado, ansioso y con la inocencia de quien no sabe de la labia en sus palabras. En uno de tantos monólogos de su parte, por cierto.

— ¡Ay! -exclamó ella en respuesta, con esa onomatopeya de pesar, dolor y lástima.

— ¿Qué pasa? ¿Dije algo inapropiado? — preguntó el inseguro muchacho con temor de imprudencia.

— No, es que... sólo... ¡me gustaría estar ahí!

— Claro que podés estar ahí, ¡me encantaría! Estemos o no juntos — respondió rebosante de ingenuidad.

 ¡Pobre muchacho! No tenía idea de lo que se venía para él, no tenía idea de lo que significaban los silencios de la dulce niña que besaba. Sería mentir negar que desde la última vez que la vio la echó de menos con nostalgia, porque así fue, cada uno de los días, sin excepción, fueron muchos de esos días que la lloró en su cama, al acostarse o levantarse. Aún lo sigue haciendo.

La última vez que la vio fue hace noventa y ocho días, ella cumplía años.

Por: JEF (6 de marzo del 2015)