La Coronilla.
("Mujer inspirada por un soplo divino" fotografía por: David Rodríguez, 2015, https://www.behance.net/gallery/29585909/La-vida-esta-en-otra-parte)
Quiero
me entiendan bien. Esto nunca sucedió, no hay forma de corroborar que esto haya
sucedido. No es más que el relato real-maravilloso,
sobre acontecimientos real-maravillosos, en circunstancias puramente real-maravillosas.
No es que corresponda en alguna medida a la Verdad. De por sí ¿quién cree en
los milagros?
En
momentos de desesperación e incertidumbre le pregunté, ya más con humildad que
otra cosa.
El
tema era sencillo, simplemente mi ego me derrotó, humilló, destruyó y escupió
en la cara vencida. ¡Ya qué!... La verdad que sostenía no era creída, por más
prueba o argumento que sostuviera, ya no había forma de defenderme de los
resentimientos que sembré en los demás, recogía su fruto día a día, nada que no
me hubiese proveído.
(…)
Le
miré fijamente a esos viejos, profundos y sabios ojos oscuros y le dije con la
cabeza baja:
– ¿Cómo
ha hecho para lidiar con eso? Lo que sucede es que no hay comunicación, no les
importa lo que yo diga, sino que se los digo gritando, de muy mala forma y con
malas palabras. Entonces, no escuchan el mensaje, sino gritos.
–A mí me
han pasado tantas cosas. Nadie se imaginaría. Pero, dios ha sido tan bueno
conmigo.
No
sabía cómo reaccionar ante eso, usualmente cuando me mencionan la figura de
dios, frunzo el ceño y aunque no lo piense simplemente mi cara se vuelve
sospecha. Pero entré en conciencia de ello e intenté no desaprobar con la cara.
A fin de cuentas, no pedía consejo para agradar a alguien, sino por mera
necesidad.
–Yo nunca
cuento esas cosas. Sólo a las personas de mi confianza, pero se lo cuento. Por
ejemplo, lo que me pasó con mi esposo el otro día. Le cuento –se rebuscó en la
mano izquierda el dedo anular– no ando el anillo porque me lo quité para el examen
ese del corazón, pero bueno:
Yo
le había dicho que me acompañara a la Hora Santa. Él había perdido la paz, no
había sido un buen día, por circunstancias de la vida…. Y no quiso acompañarme
y yo quería mucho y tenía fe que me acompañara. Al día siguiente, mi esposo se fue
con un peón, con la sierra, a cortar un palo del otro lado, en una peña, al
frente, del lado hacía allá –hizo un ademán con la mano izquierda hacia el
frente– por dónde está la posa.
Asentí,
aunque no recordaba en los potreros del Sur-Sur ese fundo en particular –ella
continuó.
–El día
anterior, me puse a orar, cuando no tengo sueño rezo y oro, a veces oro toda la
noche, ni me doy cuenta y ya amanece. Esa noche, mientras oraba sentí una
necesidad, algo en el pecho muy fuerte, necesidad de orar por él y me puse a
orar a clamar por él. Entonces, al día siguiente, a la hora del desayuno, llegó
él con un poco de sangre en el dedo –me enseñó la yema del dedo índice y se la
restregaba. Le dije: «Juanito, venga
y le pongo alcohol. Él me contestó «no, no, no es nada», yo le dije «venga y le
pongo alcohol» y la cuestión es que se lo puse. Y entonces me contó… Eh… no, no,
no fue así, luego a la hora del almuerzo, cuando llegó con el peón, se seguía restregando el dedo, seguro, aunque no era nada, le dolía y se veía el dedo. Don Virgilio, bueno el peón,
me dijo: « ¿no le contó lo que pasó ?», yo dije «Juanito, ¿qué pasó?», él me dijo: «no, no, nada», le dije que me
dijera y Virgilio me contestó «estaba en la peña cortando el palo, con la
sierra y la tenía…» –en ese momento me hizo un ademán de la altura del cuello–
«… y se le vino, pues se cayó de la peña y yo donde lo vi, di… cuando vaya a
ver a Juanito, lo voy a encontrar…»
–me hizo ademán de cortarse la cabeza– «…pues decapitado». Y bueno, se cayó y con
la sierra a la altura del cuello y encendida y se intentó agarrar del alambre
de púas y ahí fue donde se cortó el dedo.
Mientras me contaba eso, yo hacía
cara de dolor por empatía, de ese sonido de fritura en el sartén que nos indica
que la cosa “estuvo cerca”. Con cierta duda, por lo improbable y la casualidad
de ello, pero notaba que su relato era persuasivo o veraz, sin duda alguna me
hizo asentir y hacer muecas de dolor e incredulidad. Ella continuó:
–Es
que si le contara todo lo que me ha pasado. Quisiera a veces escribir un libro,
pero luego pienso y si alguien me entendiera como la gran cosa… ¡Uy no! –E hizo
ademán de escalofrío en los brazos– ¡Con lo poca cosa que soy, lo humilde y
campesina!
Entonces
la interrumpí y le dije:
–Si
quiere, recuerde mi hermana Sutanita
y yo escribimos, lo podemos…
Pero,
ella me interrumpió la interrupción y continuó:
–El otro
día, pues mentí, lo hice para salvar a dos personas, pero lo hice… Y bueno, la
cosa es que yo no podía recibir la comunión así, tenía que confesarme. El día
anterior estaba orando, cuando uno ora…
Nuevamente
la interrumpí y le dije algo que recordé en el instante:
–Por ahí
a alguien escuché decir que uno no debe orar para uno mismo, pedir, pues… Sino
que uno debe pedir por los demás y agradecer o pedir para uno mismo con
relación a los demás…
Me
enteré de mi impertinencia con tan mayor y respetable señora y me callé; ella
me vio sonriente con ternura y entusiasmo y continuó:
–Es que
cuando uno ora, se le concede lo que pide –me aclaró– más bien lo que necesita,
no necesariamente lo que uno pide, es que nuestro Santo Padre es así, perfecto
y bueno. Y la cosa es que yo nunca pido por mí, porque cuando digo que soy “poca
cosa” es porque soy una servidora más, yo pido que me dé de su infinito y
misericordioso amor para dar. En medio de las oraciones, estaba orando por el
padre José Manuel, yo oro y rezo mucho por los sacerdotes del país y del mundo
y se me había olvidado orar por los de la comunidad. Yo lo amo mucho a él y él
nos ama… Ese día tenía mucho por lo cual agradecer y yo ofrezco toda una noche entera
de oración y rezo –me aclaró o desvarió, es una señora mayor y muy entusiasmada
por los Santos Oficios– y rezo el Santo Rosario, La Coronilla…
En ese momento recordé que mi mamá
le solía llamar La Coronilla al rezo de la Divina Misericordia y sin pensar en
interrupciones o no, se me salió preguntar:
– ¿La
Coronilla es la Divina Misericordia, verdad? A mi papá le encantaba….
Fue en ese instante cuando la dulce
señora me tomó de las manos, habló de mi padre, de su gran vocación de servicio
con los más humildes y sencillos y su honestidad, me dijo « como dice la
palabra… se te concedió “la Gracia de la honestidad”». Además, me mencionó que mi
papá estaba en presencia del Altísimo y que él pedía e intercedía por mí…
Recuerdo que ella oró con mis manos en sus maternales, tibias y arrugadas manos
y que lloré un poco, pensando en mi padre y cómo hablaba sobre cómo era
posible que yo no creyera en milagros si él era uno y lo tenía frente a mis
ojos. Pero fue como breve y largo, no recuerdo bien, lo que sucedió fue que al
instante cuando reaccioné, no había como pasado ni un segundo y ella continuó:
–Cuando
agradezco –en ese momento me aclaró– aunque sean días en los que no quiera
agradecer, es que diosito es así, no hay nada malo, todo es para bien, cuando
uno ora a uno dios le concede, si le contara… Pues bueno, el asunto es que tuve
una… Bueno…En medio de mi oración, vi al padre José Manuel, él vestido con… –no
recuerdo el término específico, pero alguna cosa del hábito de sacerdote– de
color verde, ¡porque la Santa Iglesia está vestida de verde ahorita! –volvió a desvariar
del tema– y es toda una celebración… ¡Porque estamos en el año de la Divina
Misericordia! Cuando oro, pido, clamo y ruego, recorro a todas las personas,
pido por ellas, también vengo por aquí y oro por ti, en especial por ti. Es que
¡qué entusiasmo! ¡Qué alegría!
Me quedé perplejo, haciendo un
esfuerzo por evitar mi típica expresión petulante al enterarme del entusiasmo
con el que habla la digna señora sobre los Santos Oficios, la Santa Iglesia y
de la oración, meditación y los rezos. Ella continuaba diciendo:
– En
medio de la… La cosa es que me vi a mí misma frente al Sagrado Altar, estaba
viendo al padre José Manuel, él me iba a dar la comunión, y yo en mis adentros
me decía «Gracias padre, aunque no sea digna, por entrar en mi cuerpo a través
de los sacramentos», en ese momento le escuché, es que no sé ni cómo explicarle…
La cosa es que seguí rezando la Divina Misericordia y seguí rezando y volví a… –
en ese momento desvarió o me aclaró, no sé– Y me volví a ver frente al Santísimo, ahí en
el altar estaba el padre José Manuel, vestido igual, pero así –me hizo ademán
de la cabeza como con la mirada perdida e inclinada hacia el lado derecho y con
el dedo índice y central posados en silencio sobre los labios– y ahí fue cuando lo escuché es como una intensidad
que se siente en el pecho, más allá que una voz y me decía «Dígale al padre
José Manuel que… Hable con el amor de Dios y tendrá sabiduría».
Yo intentaba por todos mis medios
poner atención, no perder interés y ella me preguntó:
–¿Sabe
qué es la tintura de hierro?
–No, no
sé. Si he escuchado de tinturas, pero nunca de la tintura de hierro en
específico ¿qué es? –le pregunté con curiosidad y un poco anonadado.
–Es una
cuestión muy oscura que se echa para curar los ombligos de los cerdos y los
terneros –me contestó con ese tono de abuelita tierna que porta desde hace
muchos años, luego continuó– la cuestión es que –me enseñó su dedo índice
completamente normal y se lo tocaba como Juanito
en su relato de la motosierra– se me manchó el dedo, la yema del dedo, se me
hizo una mancha como cuando uno se maja la uña o por la tintura de hierro. Y yo
me la lavaba y me la lavaba. La cosa es que me fui a confesar, porque yo no
puedo recibir la clomunión, mucho menos darla si no me confieso. Entonces, le
conté al padre pues, todo, lo que había sucedido, que había mentido y prometí
no volver a mentir, ¡hice esa promesa en un sacramento! La cosa es que cuando
fui más tarde a la hora santa, con las manos sucias y sin lavarme, ni nada,
pues vea, ¡la mancha ya no está!, seguro después de confesarme, ni lo había
notado, ¡la suciedad de la mentira me había contaminado! ¡Y no le estoy
mintiendo, no le puedo mentir!
(…)
Ella
continuaba diciendo, con sus manos estrechando las mías…
–Y
entonces, en medio de mis oraciones, yo me encontraba allí, frente al altar y
estaba el padre Enrique y Él me dijo «…»
La volví a interrumpir con mi
irrespetuosa maña de decir cuánto se me ocurre o viene a la mente al instante…
Le pregunté:
– ¿Qué
era lo que le dijo que le dijera al padre José Manuel? –ella me contestó:
– Que
hable con el amor de Dios y tendrá sabiduría. Es que el padre José Manuel a
veces como que habla… puede incomodar a las personas y… La cuestión es que eso
es lo que nos pide el Santo Papa Francisco: nos está pidiendo amor. No, no está
pidiendo hablar feo u ocultar la verdad, sino hablar con el amor que diosito
nos tiene a nosotros.
– ¡Muchas
gracias, tía! ¡Un abrazo!...
¿Estigmas
psicosomáticos? ¿Los médicos fallando sus diagnósticos y desahucios? ¿Sugestiones psicológicas? ¡¿Milagros?!
Pero, ¡¿qué carajos?!
De
esa forma, les puedo preguntar con franqueza ¿cree Ústed en los milagros? Yo tampoco…
Por: JEF (2016)